
Despertó exaltado, tirado en el asfalto. No podía recordar mucho, lo único que lograba retener, era estar sentado solo en su departamento celebrando su cumpleaños. Tenía imágenes de personas y lugares, pero no existían nombres, como si alguien hubiera borrado todo. Se extrañó de un fuerte dolor de cabeza en la nuca, se llevó las manos hacia y soltó un grito ahogado.
No sólo encontró una enorme cicatriz nueva y fresca, sino que también descubrió que era mudo. ¿Cómo había terminado en medio de la calle, mudo y con una cicatriz de diez centímetros en su nuca?
Por unos segundos entró en pánico, pero logró calmarse y trató de analizar la situación. Se concentró en su herida, la tocó aunque el dolor tratara de impedírselo. Pasaron unos segundos y se dio cuenta de que tenía menos de ocho horas de haber sido cosida y que no estaba infectada. Luego entró en razón y se extrañó mucho de su conocimiento biológico. No tenía ningún recuerdo de ser médico o de haber estudiado medicina.
Pasó el tiempo, pero no logró recordar, sólo le aumentó la migraña. Miró su entorno, sin embargo nada le era familiar. Estaba tirado en medio de la calle, y por todos lados había escombros de lo que alguna vez fueron edificios. Todavía había algunos que se mantenían, parcialmente, en pie. Trató de levantarse, pero perdió el equilibro y se cayó sobre su brazo izquierdo, inmediatamente sintió un dolor punzante.
Al mirar su brazo, se dio cuenta de que se había enterrado un trozo de metal muy cerca del hombro, y la herida era profunda. Retiró el pedazo de metal, se cortó un trozo del pantalón. Se lo amarró fuertemente sobre la herida para detener así la hemorragia. Esto lo había visto en muchas películas.
No se preocupó en limpiarse la sangre, y trató de ponerse en pie. Cuando lo logró, se miró el cuerpo en busca de algo, cualquier indicio que le trajera recuerdos. Encontró unas cicatrices en las rodillas, otra en el abdomen y se fijó que le faltaban dos dedos en cada pie. Esta vez no entró en pánico, pero se rió, como un psicópata. Una risa irónica y desesperada que le dio miedo. Luego se calmó.
Las cicatrices en las rodillas son comunes, pues de niño uno tiende a caerse mucho. La otra en el abdomen la atribuyó a una apendicitis, de la que no tenía recuerdo alguno. Y por último sus cuatro dedos faltantes, los dos pulgares y los dos meñiques. Las cicatrices tenían las mismas características que las de su nuca.
Pensó en una gama de posibilidades: doctores, científicos, extraterrestres, etc, pero todas sonaban muy absurdas. Sólo determinó que la falta de sus dedos le hizo perder el equilibrio.
Después de haber meditado durante un largo rato, sin llegar a nada, decidió ir a buscar ayuda y alimento. Pero alcanzó a dar un solo paso y se detuvo. Creyó haber escuchado algo, prestó atención, pero no captó nada. Dio otro paso y se tuvo que detener nuevamente, esta vez estaba seguro, había escuchado algo. Miró hacia todos lados, pero nada le llamaba la atención. Pensó un rato y llego a una idea, loca, pero no perdía nada probándola. Se lanzó a correr, tratando de mantener, lo mejor posible, el equilibrio y de escuchar atentamente todo lo que lo rodeaba. Se detuvo en seco. Vio que algo se movía por el costado del ojo derecho. Se dio la vuelta lentamente y se encontró de frente con una cámara de seguridad.
El miedo lo consumió, estaba siendo observado. Luego llegó la duda, ¿cómo había llegado hasta aquí? ¿Era acaso parte de un experimento? ¿Quién podría hacerle algo como esto? Pasó a la rabia, todo se tornó de color rojo, y como un toro, embistió. Tomó un pedazo de concreto del suelo y golpeó la cámara con todas sus fuerzas, pero no logró hacerle ni un rasguño, y ésta lo miraba fijamente. La golpeó varias veces más, pero siempre con el mismo resultado, nada. Rompió en llanto, un llanto silencioso.
Se dio la vuelta y se sintió vacío, así que miró como nunca había mirado en su vida. Al principio sólo vio escombros, luego, poco a poco, se dio cuenta de que estaba lleno de cámaras, todas enfocándolo. Deben haber sido por lo menos doce. Se sintió desnudo ante un público enorme. Corrió hasta un pilar que seguía en pie y se escondió tras de él. Todavía era observado, pero se sintió más seguro.
Descubrió que el sonido que escuchó en un principio eran las cámaras moviéndose. Cayó por su mejilla una sola gota solitaria, luego se empezó a reír. Pero esta vez la risa no cesó durante varios minutos, que se le hicieron eternos, y lo hizo asustarse mucho de si mismo. La risa era muy rara, porque el podía hacer sonidos con su garganta, pero no hablar, sonaba muy extraño.
Repentinamente, todo se volvió oscuro. No entendía muy bien lo que pasaba, pensó que estaba ciego. Y se dio cuenta de que en realidad, el mundo estaba a oscuras. Como si alguien hubiera apagado el sol. Le tomó un tiempo hasta que sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, luego se levantó y comenzó a caminar en busca de ayuda. Caminó un largo rato y a lo lejos vio una luz. Quiso correr con toda su alma, pero no se atrevía pues podía tropezar en la oscuridad. Hizo caso omiso a su conciencia y comenzó a correr, estaba desesperado por encontrar a alguien.
Encontró un barril con llamas dentro, pero nadie cerca. Se paró junto a el para calentarse un poco, la oscuridad había sido tan repentina que el frío comenzaba recién a expandirse. Dio unas vueltas por los alrededores, sin alejarse mucho del barril, a ver si podía encontrar comida o algo parecido. No tuvo suerte.
Sin esperanzas decidió irse a dormir.
Despertó un par de horas después, el barril estaba apagado y su brazo izquierdo no se movía, lo tenía rígido. El sol brillaba en lo alto
Se puso de pie y observó su alrededor. El mismo paisaje seguía ahí, toda la ciudad destruida. Sin embargo, le llamó la atención una carretera que entraba en la ciudad. Decidió ir ahí porque veía un letrero que le daba la espalda. Suponiendo que ese letrero tuviera el nombre de la ciudad, se levantó y se encaminó hacia él. Cuando llegó y miró el letrero, éste decía “Bienvenidos a Proyección”. Lo pensó un rato pero no le recordaba nada. Volvió al barril y lo encontró prendido. Se sorprendió, pues alguien debía de haberlo prendido Trató de gritar y recordó que era mudo, se sintió estúpido.
Se sentó junto al barril a esperar a quienquiera que lo hubiese prendido a que volviera, pero nadie volvía… pasaron así los minutos y las horas, y su hambre crecía. Ya ni siquiera sentía el brazo izquierdo, y al no tener ni una aguja ni hilo, la herida no iba a cicatrizar nunca. Ya había perdido toda esperanza de volver a ver un humano en su vida, así que se resignó a esperar por ayuda.
Tomó dos pedazos de hierro que encontró en el suelo, uno muy filudo y otro no tanto, pero muy ancho. Dejó el hierro ancho en el fuego y esperó a que se pusiera al rojo vivo. Mientras esperaba afilaba el otro pedazo. Cuando los hierros estuvieron listos, con el pedazo filudo se cortó el brazo izquierdo, usando su herida como referencia. Aunque no sentía su brazo, le dolió mucho en su interior. Cuando hubo terminado de cortarlo venía la peor parte, cauterizar la herida. Tomó el hierro caliente y se empezó a quemar los músculos y la piel del extremo cortado para no morir desangrado. El dolor y el olor eran insoportables, pero el daño ya estaba hecho. Terminado esto, atravesó su brazo izquierdo con el hierro afilado y lo empezó a cocinar en el barril, pero lo sacó inmediatamente porque se fijo en algo bajo la sangre seca. La limpió con su saliva y vio un tatuaje. Era una calavera con una serpiente, saliendo del ojo derecho.
Se emocionó, pues logró recordar de donde provenía ese tatuaje, se lo había hecho a los veinte años con un grupo de amigos, ese era el símbolo de su amistad. Sonrió débilmente y siguió cocinando su brazo. Cuando estuvo listo, calculó la posición del tatuaje y fue ahí donde dio el primer mordisco. La carne habría tenido un sabor horrible de no haber sido por el hambre que tenía. Estaba deliciosa. Podía sentir los tendones y los duros músculos en su boca, era un manjar. La sangre le escurría entre los dientes, y bajaba delicadamente por su garganta. Cuando hubo terminado, se sintió satisfecho y somnoliento, así que se echó a dormir.
Despertó con el cielo prendido y todavía satisfecho. Trató de ponerse en pie, pero le costó más de lo que había pensado. Comenzaba a extrañar su brazo. Luego recordó las cámaras de seguridad. Miró sobre su hombro y todavía lo enfocaban, pero ya estaba acostumbrado a su sonido y casi no lo sentía. De repente, como un rayo, muchos recuerdos saltaron en su mente. ¡Recordaba más sucesos! Estaba en su departamento y de las cortinas y detrás de los muebles saltaron muchas personas para sorprenderlo y así celebrar su cumpleaños. Se emborracharon todos y decidieron seguir la fiesta en un bar dado que no quedaba cerveza. El flujo de recuerdos se detuvo. Trató de hacerlo volver, pero fue inútil. Se frustró en un principio pero trató de calmarse porque sintió que le volvía la migraña. Se movió un rato para calmarse, pero el sonido de las cámaras lo molestaba. De la nada, las cámaras se callaron. No podía creerlo, así que fue a revisar y, efectivamente, estaban apagadas. Todas apuntaban hacia el suelo. Las golpeó un poco para ver si todo era real, pero no se prendían. Se sintió muy feliz y aliviado, por lo que dio unos pequeños brincos y gritó mentalmente. Una idea repentina cruzó su cabeza. ¡¿Y si los científicos se aburrieron de él?! ¡¿O perdieron las esperanzas?! La migraña le volvía. La esperanza se le volvía polvo. Justo cuando todo parecía estar perdido, se dio cuenta de que había una cámara que todavía lo observaba. Su última esperanza. Se acercó a mirarla de cerca y la sintió familiar y acogedora. Al ver su reflejo en el lente, sintió que todo estaba perdido. Que su vida acabaría en un minuto, pero la aceptó y la acogió. Se sentó bajo esa cámara y sonrió por última vez mientras una lágrima recorría su mejilla. Miró el cielo, y al hacerlo, todo se volvió oscuro. Su cuerpo sin vida quedó tirado ahí por dos minutos cuando el cielo y la cámara se apagaron simultáneamente.