
Esa noche desperté con un escalofrío. Ahora lo sabía, ahora sabía el por qué de las cosas. Sabía quien era y para qué estaba en este mundo. Todo era claro.
En ese sueño, me vi sentado en la nada. El suelo era blanco, el fondo blanco, el cielo blanco. Era la nada. Miré hacia todos lados, pero no vi más que blanco y recuerdo que se me era difícil comprender qué era arriba y qué era abajo, qué era lejos y qué era cerca. Suponía que “abajo” era donde reposaba mi trasero, ah si, lo olvidaba, estaba sentado en lo que supongo era suelo. Pero quizás yo flotaba en la nada con esa posición como si estuviera sentado. No tengo idea en verdad si flotaba o estaba sentado. Quizás incluso no estaba sentado y lo acabo de inventar.
Recuerdo también al cuervo. Un cuervo común y corriente que en su garra trasera cargaba una hoja de papel. No, no era común y corriente, era amarillo. ¿O no lo era? Quizás era azul. En fin, la hoja cayó frente a mí, enrollada; luego se abrió, o quizás la abrí. Pero lo que ella decía, de eso sí estoy seguro. “Escribe”. Luego de leer esto, cayó frente a mí una pluma del cuervo verde. No, tampoco era verde. Bueno, la pluma cayó al suelo. O quizás quedó suspendida en el aire frente a mí, no tengo idea. El cuervo se paró frente a mí y me miró. Luego, como si fuera de mantequilla expuesta a altas temperaturas, el cuervo se derritió, y la mancha negra que quedó en el suelo, se esparció rápida y constantemente frente a mí, como si fuera un mar. Era tinta negra. O sea, el cuervo era negro. Sí, era negro, era un cuervo común y corriente.
Desperté exaltado y un escalofrío me recorrió el cuerpo. No sé por qué, si el sueño no me asustó en lo más mínimo. Pero desperté exaltado y me senté en mi cama. Mi departamento seguía igual, desordenado como siempre. La tele se había quedado prendida y en negro. Otra vez me había perdido el final de mi película. Pero eso no importaba, ahora conocía mi destino.
En ese sueño, me vi sentado en la nada. El suelo era blanco, el fondo blanco, el cielo blanco. Era la nada. Miré hacia todos lados, pero no vi más que blanco y recuerdo que se me era difícil comprender qué era arriba y qué era abajo, qué era lejos y qué era cerca. Suponía que “abajo” era donde reposaba mi trasero, ah si, lo olvidaba, estaba sentado en lo que supongo era suelo. Pero quizás yo flotaba en la nada con esa posición como si estuviera sentado. No tengo idea en verdad si flotaba o estaba sentado. Quizás incluso no estaba sentado y lo acabo de inventar.
Recuerdo también al cuervo. Un cuervo común y corriente que en su garra trasera cargaba una hoja de papel. No, no era común y corriente, era amarillo. ¿O no lo era? Quizás era azul. En fin, la hoja cayó frente a mí, enrollada; luego se abrió, o quizás la abrí. Pero lo que ella decía, de eso sí estoy seguro. “Escribe”. Luego de leer esto, cayó frente a mí una pluma del cuervo verde. No, tampoco era verde. Bueno, la pluma cayó al suelo. O quizás quedó suspendida en el aire frente a mí, no tengo idea. El cuervo se paró frente a mí y me miró. Luego, como si fuera de mantequilla expuesta a altas temperaturas, el cuervo se derritió, y la mancha negra que quedó en el suelo, se esparció rápida y constantemente frente a mí, como si fuera un mar. Era tinta negra. O sea, el cuervo era negro. Sí, era negro, era un cuervo común y corriente.
Desperté exaltado y un escalofrío me recorrió el cuerpo. No sé por qué, si el sueño no me asustó en lo más mínimo. Pero desperté exaltado y me senté en mi cama. Mi departamento seguía igual, desordenado como siempre. La tele se había quedado prendida y en negro. Otra vez me había perdido el final de mi película. Pero eso no importaba, ahora conocía mi destino.
Continuará...